Hasta hace poco tiempo en la Web Site de Burson-Marsteller podiamos leer: “Campañas de educación pública”

“No hemos inventado los esquemas con los que trabajamos: emisor, mensaje y receptor. Son la esencia de la comunicación. Sin embargo, las llamamos campañas de sensibilización pública porque tienen unas características específicas. Y son tan necesarias para el emisor cuando éste se ubica en el ámbito público, como cuando procede del ámbito privado. La única diferencia radica, quizás, en la percepción que la sociedad tiene de ellas. Se consideran no sólo inocuas, sino muy necesarias, cuando las ONGs o los Gobiernos las promueven y sospechosas, a veces, cuando el emisor pertenece al sector privado.”

“En Burson-Marsteller creemos que las corporaciones, ya sea a título individual o a través de asociaciones sectoriales, tienen todo el derecho a realizar campañas de sensibilización ante su público objetivo. Nuestro reto es ayudarles a que sus mensajes y posiciones lleguen a la sociedad definiendo campañas objetivas y rigurosas.”

“Al tratarse de campañas impulsadas por empresas o asociaciones que, en ocasiones, es preferible que no se conozcan, garantizamos la confidencialidad sobre nuestros clientes. Indicamos únicamente los sectores a los que pertenecen o el hábito/mal hábito sobre el que se trabajaba en las campañas.”

Así de claros se mostraban nuestros colegas de Burson-Marsteller, hasta hace poco, en su página Web (para ver la segunda versión que ofrecieron de este texto antes de retirarlo definitivamente, haga click sobre la imágen y amplíela). La primera vez que lo leí, reconozco que no le di ningún crédito. “Estos de Burson-Marsteller ya no saben que inventarse para vender algún valor diferencial” pensé. Inmediatamente me asaltó la duda, ¿a ver si el documental de Morgan Spurlock “Super size me”, conocido en el mundo Hispano como “Súper engórdame” va a ser una “campañas de sensibilización” promovida por alguno de nuestros colegas? ¡No imposible, no se puede caer tan bajo! Lo alejé inmediatamente de mi mente; aunque, por otra parte, los “ingredientes” resultan algo sospechosos: un cineasta independiente que intenta abrirse camino, un “protagonista” que, según diferentes fuentes, puede padecer algún trastorno de personalidad …

De cualquier manera y fuera quien fuese, el hecho es que Donald Gorske, en febrero de 2003, para demostrar lo perjudicial que podían llegar a ser las hamburguesas, concretamente las de McDonald’s, pasó 30 días alimentándose única y exclusivamente de Big Macs. Durante el rodaje del documental, Gorske consumió un promedio de 5000 kcal diarias en Big Macs (9,26 unidades diarias). Después de treinta días, según los autores de dicho documental había ganado 11,1 kg y aumentó su masa corporal un 13%. Paralelamente, experimentó cambios de humor, disfunción sexual y daños en el hígado. A la hora de analizar la noticia, tengan ustedes en cuenta que si en lugar de hamburguesas hubiese consumido 5000 kcal diarias en tomates, habría engordado lo mismo y se habría cogido la gota, por lo que tampoco estaría para muchas florituras sexuales.

Esta elucubraciones que hasta hace unos días no tenían ni pies ni cabeza, han empezado a cobrar cierto sentido con unos acontecimientos que se han producido recientemente. Como todos saben, el pasado día 3 de mayo, Christopher Soghoian, ex-investigador de la Comisión Federal de Comercio (FTC) para la prevención de prácticas comerciales fraudulentas, engañosas y desleales, informaba en su blog que John Mercurio de Burson-Marsteller, había intentando influir sobre él para que publicase información negativa acerca de Google. Al parecer Burson-Marsteller había sido contratado por una tercera compañía, que prefería mantener el anonimato, para “educar a la opinión publica” sobre supuestas malas prácticas que Google comete en materia de privacidad y derecho a la intimidad de los consumidores.

Esto que para Burson-Marsteller no es mas que el ejercicio del derecho de sus clientes a “realizar campañas de sensibilización ante su público objetivo”, “ya sea a título individual o a través de asociaciones sectoriales”, a otros nos parece una práctica que, en muchos países de nuestro entorno, puede llegar a ser constitutivas de un presunto delito de competencia desleal.

Pero aunque pueda parecer extraño, nosotros no criticamos esta práctica, todo lo contrario, cuando hace años descubrimos este servicio que nos proponía Burson-Marsteller en su página Web, al escepticismo inicial, le siguió cierto respeto: “Esta gente se atreve a hablar claro y decir lo que hacen sin tapujos; si además lo saben hacer bien, aunque yo no lo haría, ¡chapeau!”.

Nuestra profunda decepción no viene provocada, ni tan siquiera, por que no lo hayan sabido hacer, demostrando una gran torpeza y un total desconocimiento sobre las personas a las que se dirigen; sino por la respuesta poco profesional que le han dado a la “crisis” consecuencia de su mal hacer.

En primer lugar, no fueron capaces de garantizar la confidencialidad de su cliente, que según informó The Daily Beast, se trataba de Facebook. En segundo lugar, lejos de asumir la responsabilidad ante la opinión pública para defender y preservar la imagen de Facebook, con objeto de proyectar toda la responsabilidad de lo ocurrido sobre su cliente, se limitaron a declarar que “la tarea solicitada por Facebook debió haber sido declinada”. ¿Como que la tarea solicitada? Los que ofrecían este servicio abiertamente, aderezado con unos toques de RSC, eran ustedes señores de Burson-Marsteller.

A este respecto, Facebook declaró que contrató a Burson-Marsteller para exponer algunas cosas que Google estaba haciendo y que exponían la privacidad de los internautas, pero rechazó haber autorizado una campaña de desprestigio. “En vez de eso, queríamos que terceros involucrados verificaran que la gente no había autorizado la recolección y el uso de su información en Facebook y otros servicios, para que Google los incluyera en sus círculos sociales, así como el que Facebook no autorizaba dicha acción”, explicó la empresa.

Aunque personalmente creo que fue una estrategia acordada mutuamente, si estuviera en la obligación de creer a alguien, me decantaría por Facebook; no hay más que ver la información que Burson-Marsteller ofrecía en su Web para presentar este servicio y como se apresuró a eliminarla al inicio de la crisis.

Por último tampoco nos ha gustado como ha gestionado Burson-Marsteller su propia crisis. Reaccionaron, como ellos mismos han criticado mil veces, de una manera muy poco profesional: mintiendo y negando la evidencia en un primer momento y dando la callada por respuesta cuando finalmente se vieron acorralados, eso si, tras acusar veladamente a su cliente. Todo un ejemplo de lo que no se debe hacer.

Simón de María
Redactor Centroamerica y EE.UU