Por Jorge Garrido

Hay diferencias claras que siempre he observado: una cosa es aprenderse los conocimientos, otra es reproducir los conocimientos y la más difícil es crear con los conocimientos aprendidos. Esto parece cosa de los dioses en algunas universidades que no enseñan a pensar.

Llegué a Colombia hace dos años. Apenas traía unos dólares encima que al cambiarlo en el aeropuerto no llegaban a 600 mil pesos colombianos (unos 300 dólares). Había vendido todo lo que pude antes de salir de Cuba para pagarme el pasaje y los primeros gastos del mes. ¿Y ahora qué?, me dije. ¿Cómo sobrevivo cuando se me acabe? Tampoco traía vestuario de invierno porque había vivido siempre en una isla calurosa.

¿Qué equipaje traes?, me dijo una persona que amablemente me brindó su casa por una semana. Casi nada, le dije. ¿Esto es todo? Si, le dije con vergüenza, aunque solo vengo por dos meses. Semanas decidí quedarme a trabajar y vivir en Colombia mediante los permisos correspondientes de las dos naciones.  Pero me sobresaltaba la incertidumbre de cómo mantenerme, dado que venía de una isla donde no hay agobios de rentas, servicios, salud y educación para mis hijos. Hurgaba preocupado en mis bolsillos vacíos.

Me equivoqué, traía mucho, y me daría cuenta en las próximas semanas enfrentado a las adversidades que me destinaba el nuevo país.

No tardé mucho en darme cuenta: traía el único equipaje, el mejor equipaje del mundo, el único que podía echarle mano cuando la escasez empezara a rondar. El que no vale en dinero y nadie lo advierte a la primera mirada, que no pesa ni hace espacio físico. El equipaje que ninguna aduana me pudo quitar en un aeropuerto: la inteligencia.

Con ese me fui abriendo paso, dándome cuenta que todas mis lecturas me venían juntas de golpe a la  cabeza. Tienes que emplearlas ahora, te toca, me martilleaba una vocecita en la mente.

Y yo que pensaba que la inteligencia era solo el coeficiente mental, como registraban los psicólogos.  Por cierto, siempre contrasté algunos fenómenos que me hacían dudar de esos exámenes.

Advertí tempranamente que la inteligencia (llamémosla así por ahora) fue la herramienta más preciada en las dos ocasiones que no me renovaron contratos de trabajo en Colombia por no tener los documentos de mi país a tiempo para ser acreditados. Perdí la cátedra en una universidad élite y el puesto en una empresa de alto perfil, y me vi otra vez caminando sin rumbo fijo abrumado en una avenida por el ruido de los autos y los bolsillos vacíos.  ¿Y cómo mantengo a mis chicos ahora?

Había que volver a empezar. Tenían que creerme sin poder mostrar mis papeles. ¿Por qué me tendrían que creerme? Solo podía mostrar nuevamente la única prenda sobreviviente.

Con la inteligencia, supe entonces, puedes viajar tranquilamente por el mundo que nadie te la puede despojar.

Y supe también que más que papeles, con y sin estos, lo más importante es mostrar quién eres realmente, qué tienes que decir, cómo lo quieres decir,  y lo que eres capaz de hacer. Mirarle a los ojos a las circunstancias y decirse: aquí estoy, te voy a demostrar de lo que soy capaz. Tengo un arsenal aquí en la cabeza, y estoy dispuesto a emplearlo muy bien con la máxima eficacia. Claro que también hay que tener valor.

Pero, ¿qué es la inteligencia?

¿Acaso solo el poder de razonamiento? ¿Apenas el coeficiente mental que arroja un test? ¿Acaso la cultura acumulada, es decir los conocimientos aprendidos? ¿Y cómo se aprenden los conocimientos? ¿Y cómo se emplea lo que has aprendido? También observaba que las inteligencias no son iguales.

Hay diferencias claras que siempre he observado: una cosa es aprenderse los conocimientos, otra es reproducir los conocimientos y la más difícil es crear con los conocimientos aprendidos. Esto parece cosa de los dioses en algunas universidades que no enseñan a pensar.

Resulta que la inteligencia es mucho más compleja.

Por ejemplo, nos sorprendemos cuando tropezamos con un viejo compañero de aula que obtenía siempre el máximo de calificación, por encima de nosotros, y resulta que 15 años después está en un escalón inferior al de otros menos aplicados. ¿Por qué no has progresado más?, le preguntamos. Ahí estoy bien, hago lo que me piden.

Para mí hay tres tipos de forma de asimilar los conocimientos y tres clases de alumnos.

Primero: el que se lo aprende todo (el 100% de la clase), y obtiene el máximo de calificaciones. Si no se lo aprende todo no alcanza esa puntuación ni probablemente ninguna.

Nos preguntamos: durante que tiempo la memoria le guardará tantos conocimientos archivados de forma cuantitativa y mecánica. Ese alumno tiene reservado siempre un puesto de trabajador eficiente, disciplinado y confiable: lo sabe todo, se lo aprende todo, aunque no sabe hacer nada más si no le dicen lo que tiene que hacer. Es útil, tiene que haber varios así en todo equipo de trabajo estándar. Es el busca “misiones rutinarias” de trabajo que siempre alguien tiene que hacerlas. Los conocimientos aprendidos se le irán escapando de la mente, progresivamente, hasta solo quedar vagos conceptos 10, 15, 20 años después, en una lenta agonía. Cada vez soy menos útil, se dirá él mismo. Es el llamado “hago lo que me pidan”.

Segundo: el que aprende lo básico (el 70% de la clase) y con eso puede obtener buena calificación e incluso el máximo. Pero con esos conocimientos es capaz de buscar soluciones prácticas y no simples acciones mecánicas. Tiene poder de análisis y de ejecución. Es mitad creativo mitad analista emprendedor. Tiene un alto poder de aplicación. Tiene reservado siempre un puesto en todo equipo de trabajo. Los conocimientos aprendidos demorarán más en agotarse durante la mayor parte de su vida. Es el llamado “busca soluciones” de trabajo.

Tercero: el que aprende lo indispensable, sabe dónde están las herramientas básicas, los conceptos, la columna vertebral de una disciplina o asignatura (el 30% esencial de una clase). Pero con esos conocimientos, como brújulas o herramientas básicas, es capaz de buscar alternativas, mirar a lo lejos lo más que pueda, buscar soluciones a largo plazo. Es el clásico estratega. Es creativo ciento por ciento, siempre está buscando una nueva puerta de salida, una mejor puerta, una puerta suya inventada a su antojo.

Lamentablemente no siempre hay puestos de trabajo para él. Solo en las altas estructuras, tampoco muchos líderes siempre creen en su poder. Suelen emplearlo en los equipos estratégicos, pensantes, creativos, diseñadores de nuevos productos, misiones y concepciones. Los conocimientos aprendidos no es que le duren siempre, es que los ha convertido en instrumentos de trabajo, los sabe manejar, y los va cambiando, reestructurando, modernizándolo. Tiene un olfato especial para saber hacia donde hay que avanzar. Estas personas saben más de métodos que de cantidad de conocimientos puros. Esas son sus más preciadas armas. Es el llamado busca “rumbos o caminos” de trabajo.

Eso nos indica que la llamada “inteligencia” que podemos llevar en nuestro equipaje y que no podemos mostrar, a veces, en los papeles, es más complicado que un simple concepto. Hoja de vida y currículo aparte, muy engañosos, por lo general. Cuando me dice que alguien es graduado de Harvard empiezo a sospechar.

Inteligencia son los conocimientos adquiridos, y la forma en que lo has adquirido, y la forma en que eres capaz de emplearlo.  Es decir, de forma mecánica, acumulativa, no analítica; o de forma analítica y creativa: o de forma creativa y estratégica.

Inteligencia es también el valor para emplearlos. Desafiar los obstáculos, decir yo puedo y lo voy a hacer. Son habilidades de la inteligencia. Como lo es la capacidad de renovarse.

Inteligencia es también el poder humano de convencer, persuadir, demostrar, hacer que confíen en nuestras capacidades.

Pero, acaso sabemos ¿cuál es nuestra inteligencia? ¿Acaso la llevamos siempre como equipaje de viaje, y la empleamos cuando lo decidimos, o por el contrario dejamos que otros nos la lleven, como una corriente que nos mueve hacia alguna parte (no siempre hacia adelante) durante toda la vida, y nos diga cuándo y cómo podemos desempacarla? Quizás nunca.

Jorge Garrido Álvarez
Web: G Consultores Comunicación
E-mail: gerencia@gconsultores.com.co
Llegué a Colombia hace dos años. Apenas traía unos dólares encima que al cambiarlo en el aeropuerto no llegaban a 600 mil pesos colombianos (unos 300 dólares). Había vendido todo lo que pude antes de salir de Cuba para pagarme el pasaje y los primeros gastos del mes. ¿Y ahora qué?, me dije. ¿Cómo sobrevivo cuando se me acabe? Tampoco traía vestuario de invierno porque había vivido siempre en una isla calurosa.
¿Qué equipaje traes?, me dijo una persona que amablemente me brindó su casa por una semana. Casi nada, le dije. ¿Esto es todo? Si, le dije con vergüenza, aunque solo vengo por dos meses. Semanas decidí quedarme a trabajar y vivir en Colombia mediante los permisos correspondientes de las dos naciones.  Pero me sobresaltaba la incertidumbre de cómo mantenerme, dado que venía de una isla donde no hay agobios de rentas, servicios, salud y educación para mis hijos. Hurgaba preocupado en mis bolsillos vacíos.
Me equivoqué, traía mucho, y me daría cuenta en las próximas semanas enfrentado a las adversidades que me destinaba el nuevo país.
No tardé mucho en darme cuenta: traía el único equipaje, el mejor equipaje del mundo, el único que podía echarle mano cuando la escasez empezara a rondar. El que no vale en dinero y nadie lo advierte a la primera mirada, que no pesa ni hace espacio físico. El equipaje que ninguna aduana me pudo quitar en un aeropuerto: la inteligencia.
Con ese me fui abriendo paso, dándome cuenta que todas mis lecturas me venían juntas de golpe a la  cabeza. Tienes que emplearlas ahora, te toca, me martilleaba una vocecita en la mente.
Y yo que pensaba que la inteligencia era solo el coeficiente mental, como registraban los psicólogos.  Por cierto, siempre contrasté algunos fenómenos que me hacían dudar de esos exámenes.
Advertí tempranamente que la inteligencia (llamémosla así por ahora) fue la herramienta más preciada en las dos ocasiones que no me renovaron contratos de trabajo en Colombia por no tener los documentos de mi país a tiempo para ser acreditados. Perdí la cátedra en una universidad élite y el puesto en una empresa de alto perfil, y me vi otra vez caminando sin rumbo fijo abrumado en una avenida por el ruido de los autos y los bolsillos vacíos.  ¿Y cómo mantengo a mis chicos ahora?
Había que volver a empezar. Tenían que creerme sin poder mostrar mis papeles. ¿Por qué me tendrían que creerme? Solo podía mostrar nuevamente la única prenda sobreviviente.
Con la inteligencia, supe entonces, puedes viajar tranquilamente por el mundo que nadie te la puede despojar.
Y supe también que más que papeles, con y sin estos, lo más importante es mostrar quién eres realmente, qué tienes que decir, cómo lo quieres decir,  y lo que eres capaz de hacer. Mirarle a los ojos a las circunstancias y decirse: aquí estoy, te voy a demostrar de lo que soy capaz. Tengo un arsenal aquí en la cabeza, y estoy dispuesto a emplearlo muy bien con la máxima eficacia. Claro que también hay que tener valor.
Pero, ¿qué es la inteligencia?
¿Acaso solo el poder de razonamiento? ¿Apenas el coeficiente mental que arroja un test? ¿Acaso la cultura acumulada, es decir los conocimientos aprendidos? ¿Y cómo se aprenden los conocimientos? ¿Y cómo se emplea lo que has aprendido? También observaba que las inteligencias no son iguales.
Hay diferencias claras que siempre he observado: una cosa es aprenderse los conocimientos, otra es reproducir los conocimientos y la más difícil es crear con los conocimientos aprendidos. Esto parece cosa de los dioses en algunas universidades que no enseñan a pensar.
Resulta que la inteligencia es mucho más compleja.
Por ejemplo, nos sorprendemos cuando tropezamos con un viejo compañero de aula que obtenía siempre el máximo de calificación, por encima de nosotros, y resulta que 15 años después está en un escalón inferior al de otros menos aplicados. ¿Por qué no has progresado más?, le preguntamos. Ahí estoy bien, hago lo que me piden.
Para mí hay tres tipos de forma de asimilar los conocimientos y tres clases de alumnos.
Primero: el que se lo aprende todo (el 100% de la clase), y obtiene el máximo de calificaciones. Si no se lo aprende todo no alcanza esa puntuación ni probablemente ninguna.
Nos preguntamos: durante que tiempo la memoria le guardará tantos conocimientos archivados de forma cuantitativa y mecánica. Ese alumno tiene reservado siempre un puesto de trabajador eficiente, disciplinado y confiable: lo sabe todo, se lo aprende todo, aunque no sabe hacer nada más si no le dicen lo que tiene que hacer. Es útil, tiene que haber varios así en todo equipo de trabajo estándar. Es el busca “misiones rutinarias” de trabajo que siempre alguien tiene que hacerlas. Los conocimientos aprendidos se le irán escapando de la mente, progresivamente, hasta solo quedar vagos conceptos 10, 15, 20 años después, en una lenta agonía. Cada vez soy menos útil, se dirá él mismo. Es el llamado “hago lo que me pidan”.
Segundo: el que aprende lo básico (el 70% de la clase) y con eso puede obtener buena calificación e incluso el máximo. Pero con esos conocimientos es capaz de buscar soluciones prácticas y no simples acciones mecánicas. Tiene poder de análisis y de ejecución. Es mitad creativo mitad analista emprendedor. Tiene un alto poder de aplicación. Tiene reservado siempre un puesto en todo equipo de trabajo. Los conocimientos aprendidos demorarán más en agotarse durante la mayor parte de su vida. Es el llamado “busca soluciones” de trabajo.
Tercero: el que aprende lo indispensable, sabe dónde están las herramientas básicas, los conceptos, la columna vertebral de una disciplina o asignatura (el 30% esencial de una clase). Pero con esos conocimientos, como brújulas o herramientas básicas, es capaz de buscar alternativas, mirar a lo lejos lo más que pueda, buscar soluciones a largo plazo. Es el clásico estratega. Es creativo ciento por ciento, siempre está buscando una nueva puerta de salida, una mejor puerta, una puerta suya inventada a su antojo.
Lamentablemente no siempre hay puestos de trabajo para él. Solo en las altas estructuras, tampoco muchos líderes siempre creen en su poder. Suelen emplearlo en los equipos estratégicos, pensantes, creativos, diseñadores de nuevos productos, misiones y concepciones. Los conocimientos aprendidos no es que le duren siempre, es que los ha convertido en instrumentos de trabajo, los sabe manejar, y los va cambiando, reestructurando, modernizándolo. Tiene un olfato especial para saber hacia donde hay que avanzar. Estas personas saben más de métodos que de cantidad de conocimientos puros. Esas son sus más preciadas armas. Es el llamado busca “rumbos o caminos” de trabajo.
Eso nos indica que la llamada “inteligencia” que podemos llevar en nuestro equipaje y que no podemos mostrar, a veces, en los papeles, es más complicado que un simple concepto. Hoja de vida y currículo aparte, muy engañosos, por lo general. Cuando me dice que alguien es graduado de Harvard empiezo a sospechar.
Inteligencia son los conocimientos adquiridos, y la forma en que lo has adquirido, y la forma en que eres capaz de emplearlo.  Es decir, de forma mecánica, acumulativa, no analítica; o de forma analítica y creativa: o de forma creativa y estratégica.
Inteligencia es también el valor para emplearlos. Desafiar los obstáculos, decir yo puedo y lo voy a hacer. Son habilidades de la inteligencia. Como lo es la capacidad de renovarse.
Inteligencia es también el poder humano de convencer, persuadir, demostrar, hacer que confíen en nuestras capacidades.
Pero, acaso sabemos ¿cuál es nuestra inteligencia? ¿Acaso la llevamos siempre como equipaje de viaje, y la empleamos cuando lo decidimos, o por el contrario dejamos que otros nos la lleven, como una corriente que nos mueve hacia alguna parte (no siempre hacia adelante) durante toda la vida, y nos diga cuándo y cómo podemos desempacarla? Quizás nunca.